Mon coeur plein de tabac.


Sabemos que no puede. Que se siente incapaz de colgar el teléfono y hacer ver que no ha pasado nada. Seguir leyendo, o recoger esos platos en la cocina. No puede ignorar los sábados que ha pasado solo, las tazas de café a medias, y las largas horas en el balcón preguntándose mil veces quién es mientras observa la ciudad dormida con un cigarro en la mano. Ceniceros, cafés, y libros. Como indicios de lo no vivido, como la nieve virgen y las camas bien hechas. Sabemos a ciencia cierta que no puede ignorarlos; Aunque, claro, le gustaría.

Ha colgado el auricular del salón dos veces en estos dos últimos días. Si no le conociéramos tan bien incluso podríamos pensar que lo hace a menudo. Ambas veces, unos minutos antes y después de colgar, se ha quedado mirando la planta de plástico mordida por los gatos que reposa en una maceta justo delante del sillón, pensativo. Podríamos deducir también que ambos momentos han sido como dos latigazos de diferentes verdugos que han sacudido de igual forma su cabeza, haciendo que se quede inmóvil mirando esa planta y descubriendo, a su pesar, todos los puntos que los dos tienen en común. Pero las persianas no están echadas, y aunque se esté haciendo de noche aún hay la suficiente luz para que podamos ver que dentro de la habitación llena de humo sus labios se mueven, indecisos, despegándose lentamente para pronunciar un “Joder, qué estoy haciendo". Porque, aunque tuviera las persianas bajadas del todo, la habitación le seguiría pareciendo la misma mierda que siempre se le queda grande para una vida tan pequeña.

Copas de vino para cafés.