Abril.

Sutil

- He estado pensando desde la última vez en que me dijiste que ese ideal de amistad del que gozábamos en nuestra juventud no está presente en nuestro patrón de pensamiento actual, porque la verdad es que me gustaría creer que aunque ausente, ese brillo aparentemente apagado puede volver a nacer en cualquier momento como una llama pequeña detrás de un cristal empañado. De todos modos, pese a ello, me entristece pensar que al madurar hemos cambiado nuestras prioridades, y al hacerlo, de paso borrado todo aquello que tú y yo considerábamos importante. Y me preocupa también la férrea certeza de no tener ni idea de lo que se nos pueda venir encima, o lo que no se nos vendrá, ni encima ni en ninguna parte, putos éxitos sin intención de rozarnos siquiera; es eso lo que me da más miedo. Y pensar que, quién sabe, al fin y al cabo huir de todo aquello a lo que temíamos nos acerque más a esa amistad asquerosa de la que hace un segundo estábamos hablando, y, recuperada de nuevo, nos de una bofetada en la cara con nuestros miedos ególatras más fuerte que nunca. Cuéntame tú cómo llegaste a esta situación; si aprendo de ti volveré, lejos de aprender, a saber lo que me estará esperando y una vez llegado el momento podré quejarme a gusto y lamentar esta vida que nos ha tocado. Si me dices que ni eso me librará, ni de la desesperación ni de la rabia ni del miedo, me callaré y tal vez piense en suicidarme, y ese pensamiento me calmará con dulce autoodio. No me lamento de mí mismo, y vete tú a la mierda porque allí seguro que encuentras lo que estás buscando, el asco suficiente como para regodearte de tu miseria, porque la mía ya estará lejos, por ahí perdida también, buscando a la tuya para unirse las dos juntas e irse cantando y riendo cogidas por el brazo.