Vamos a hablar de aquellos a los que les mató pensar, aquellos que fueron asesinados por ellos mismos. Nosotros morimos, constantemente, en nuestra mente y en sus recovecos más desconocidos y extraños. En este sitio, se nos antoja ésta como un saco infinito, y aunque contradictorio, no es más que a la vez cerrado y clavado a nuestas manos y piernas. Tira con valiente fuerza y nos hunde en los más profundos y sórdidos confines de nuestra incapacidad de hacer, o ser, absolutamente nada. Vivimos como morimos; sin saberlo siquiera. Miles de veces hemos comentado lo curioso que resulta que el pensamiento feroz lleve al hombre a tal condición ínfima de existencia, a saber, la discapacidad. Hemos llegado a ver que es irónico, y nos hemos reído. Pero todo esto ya lo hemos pensado miles de veces, millones de veces, un montón de veces, y hoy en día nos resulta muy difícil describirlo, al igual que el sumo esfuerzo del que tenemos que echar mano para escribir estas línias. Nos ahogamos profundamente, día a día. Cae la gravedad sobre nuestros pies, porque el pensamiento nos hunde en el mar del anhelo y la incerteza, muy profundo, nos es imposible salir. Nosotros somos aquellos que una vez pensaron y enloquecieron. Aquellos que una vez no pudieron dejar atrás la duda y enloquecieron. Os vamos a dar un beso en la mejilla a todas esas hienas que, como nosotros, habéis terminado devorándoos a vosotras mismas aunque ahora ya no seáis más que cadáveres pútridos con los huesos rotos clavados en las entrañas de todo aquello que una vez perdisteis por no dejar de pensar, porque ahora podemos hacer lo que queramos, porque el tiempo se para y nosotros podemos seguir pensando: ideas inhertes de carente significado alguno. Y qué locura tan divina la que nos queda, vamos a terminar diciendo, el recuerdo de vivir que no es vivir, o el sueño de nunca haber soñado haber existido alguna vez, y amado, y pensado, y muerto.

1 comentario:

victorbite dijo...

Un trago de caliente vodka, por ellos.